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31 octubre 2006

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LA CRUZADA DE HIMMLER, Cristopher Hale
Una expedición de cinco científicos del III Reich llegó a Lhasa en 1939 con el patrocinio del jefe de las SS, Heinrich Himmler, y de su Ahnenerbe, la organización consagrada a investigar el pasado alemán desde el punto de vista de las teorías raciales. El objetivo de la expedición, que significó el encuentro en el Techo del Mundo de la siniestra esvástica nazi con la ancestral esvástica tibetana, la yungdrung, era a la vez científico, político, militar e ideológico, con una inevitable vertiente esotérica, vistas las chifladuras de Himmler. Había que rastrear los orígenes de la raza aria, localizar el mítico reino de Agartha, el Shangri-La nazi, y comprobar las teorías de la cosmogonía glacial de Hörbiger. Parece que el explorador Schäfer se reía por lo bajini del lunático de su jefe y sus locuras seudocientíficas, hasta que la sonrisa se le congeló al descubrir a qué horror humeante conducían. Pero decidió aprovechar todos los recursos que se le ofrecieron para labrarse una gran carrera científica. En su apasionante libro La cruzada de Himmler (Inédita, 2006), Christopher Hale, que ha reseguido pormenorizadamente el viaje al Tíbet, opta por la interpretación faustiana para explicar la relación de Schäfer con Himmler. Otros -véase Tournament of shadows, de Karl Meyer y Shareen Brysac (Londres, 2001), o The master plan, de Heather Pringle (Londres, 2006)- le retratan sin ambages como un pedazo de nazi.

La expedición al Tíbet partió en abril de 1938. Los alemanes tuvieron que sortear a los recelosos británicos, a quienes, acostumbrados al Gran Juego, ponía de los nervios que un grupo de nazis paseara por el Techo del Mundo. En el camino, mientras enviaba cartas a Himmler con mucho "¡Heil Hitler!" y tal, Schäfer cazó una extraña cabra himalaya que identificó como una especie desconocida (lo que se ha discutido) y recibió su nombre, Hemitragus jemlahicus schäferi. Supongo que no se atrevió a bautizarla con el pertinente nombre de Himmler: la amistad con el reichführer tenía sus límites.

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