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09 septiembre 2006

Günter Grass el corazón de hojalata.


Recientemente he mantenido un curioso debate en otro foro distinto de este relacionado con el caso Günter Grass. Lo curioso del caso fue que me hicieron la pinza entre la “derecha reaccionaria” y la “socialdemocracia europea”. Lástima que no se encontrara entre los contertulios ningún representante de la “izquierda racionalista” (entre comillas), esa izquierda racionalista que todavía duda en relación con la existencia de espíritus y fantasmas. Duda lógica, teniendo en cuenta –según esa izquierda extravagante- que un ser inmaterial, como al parecer sería el caso de todo espíritu que se precie, tendría la facultad de apagar velas, abrir y cerrar puertas y ventanas y, cómo no, comunicarse con los familiares que todavía no hayan muerto… con estas teorías “racionalistas” uno ya no sabe qué resulta más inquietante: si el cuñado pelma o el cuñado-pelma-en-espíritu.

La derecha reaccionaria tomó partido por Grass, pero solo en esta ocasión y sin que sirva de precedente, porque así, ya de paso, matamos dos pájaros de un tiro y ejercitamos nuestro argumentario con miras a proteger la imagen de un Ratzinger militante en sus tiempos mozos en las juventudes hitlerianas. Son casos completamente distintos y no habría hecho falta contaminarse uno defendiendo a Grass, pero quién sabe, el juego ideológico a veces hace extraños compañeros de viaje.

La socialdemocracia europea, haciendo gala de su talante, su fundamentalismo democrático, su solidaridad, y su tolerancia, entiende que, si es de los nuestros, podemos justificar sin que esto nos provoque ningún conflicto intelectual que un hombre que se ha forjado una reputación a escala internacional defendiendo unas ideas, y recibiendo el premio Nobel de 1999, en parte, por la coherencia de su obra, omita el dato de que, en su día, perteneció al ejército alemán. Resulta curioso que nos interesen los gustos, aficiones, amistades, influencias, afinidades, matrimonios consumados, matrimonios no consumados, existencia de amantes, homosexualidades reconocidas o no de cualquier autor, actor, actriz o apuntador de la literatura y el arte universal. Pero si Günter Grass, que se ha pasado media vida criticando al régimen criminal nazi militó en sus cuerpos de ejército entonces eso no interesa. ¿Por el artículo 33? ¿Por su derecho a la intimidad? Sorprendente.

Continuemos con las sorpresas:

La charla discurrió de acuerdo con los siguientes parámetros: 1) Alemania toma la iniciativa en la II Guerra Mundial, Günter Grass solicita la entrada en la Wehrmacht pero no es admitido porque no reúne los requisitos para servir en el destino deseado. En aquel ambiente de euforia, cualquier alemán habría intentado incorporarse al ejército. 2) Posteriormente, cuando ya la derrota alemana parece próxima, se produce un alistamiento forzoso y Grass se convierte en soldado del ejército alemán. 3) Perdida la guerra, Grass es hecho prisionero pero lo ponen en libertad al no encontrar las fuerzas aliadas ningún delito. 4) Posteriormente Grass se convierte en referente político y moral -“la conciencia de alemania”- pero tiene derecho a ocultar aquellos episodios de su vida que él estime que no deben ser conocidos.

Estos parámetros no eran correctos. Debo agradecer al blog de Iván Reguera la aclaración de algunos puntos: 1) Hasta ahora, en sus recuerdos juveniles, Grass contaba que fue auxiliar de artillería en el ejército alemán. 2) Grass nunca dijo que, en realidad había pertenecido a la Waffen-SS. 3) Hasta los procesos de Nurenberg no supo de los crímenes nazis a pesar de que gran parte de la población alemana sabía cómo se las gastaban en 1944 las SS. 4) En Berlín, sencillamente, no había ya judíos, ¿no se preguntaba la gente a dónde se los habían llevado? 5) Como literato o artista nada hay que exigirle, como a Leni Riefenstahl, como al gran actor caza-rojos John Wayne, al franquista pero excelente director Sáenz de Heredia o al comunista Sergei Eisenstein, maestro fundamental e indiscutible del cine. 6) Como instancia moral o conciencia de Alemania, haber ocultado un hecho tan serio sabiendo lo que para el mundo representan las SS es ciertamente grave. No se puede obviar eso en tus recuerdos y menos mentir y decir que, como tantos, se había enrolado en el ejército alemán. Ser un auxiliar de artillería y pertenecer a las SS, aquellos angelitos del uniforme negro y la gorra con la calavera plateada, es muy diferente. 7) El 16 de agosto ya se conocía, por los periódicos el documento que muestra a Grass en las SS. La nota de prensa explicaba que los documentos "han permanecido en los archivos militares durante todos estos años, pero nunca nadie los ha solicitado consultar". Da la impresión de que a Grass le han dicho: "Tenemos esto, si quieres decir algo antes, puedes hacerlo".

Personalmente incluiría otro apunte: 8) ¿Maniobra publicitaria?

Por su parte, José María Ridao en EL PAÍS llega a otras conclusiones: 1) en la tarea de condenar al hombre no han faltado quienes consideran, por lo visto, que el hallazgo de un talón de Aquiles en el adversario político o intelectual autoriza a dar rienda suelta a las más bajas pasiones, porque permite disfrazarlas de rigor crítico, de lúcida independencia, incluso de insobornable virtud. 2) el caso Grass es un nuevo episodio en una saga de la que, de manera recurrente, se ha ido teniendo noticia con el antiguo secretario general de Naciones Unidas Kurt Waldheim, el genial director de orquesta Herbert von Karajan, o el reconocido teólogo y actual cabeza de la Iglesia católica, Joseph Ratzinger. En cada uno de estos episodios, y en tantos otros menos conocidos o aún por conocer, lo que quedaba implícitamente en entredicho era el principio, o mejor, el criterio, la simple convención, que los Aliados adoptaron para evitar que los procesos judiciales abiertos al término de la Segunda Guerra Mundial sentasen en el banquillo, por una u otra razón, desde el primero hasta el último de los alemanes vencidos. La decisión fue considerar que, a falta de mejores pruebas, los soldados movilizados por la Wehrmacht eran inocentes, mientras que los miembros de las SS, como prolongación del Partido Nazi, eran culpables. Esta distinción, trazada a ojo de buen cubero entre las ruinas aún humeantes del conflicto más devastador de la historia, permitió algo de lo que los herederos de los Aliados deberían sentirse orgullosos: Alemania dejó de ser una amenaza para nadie, incluidos los propios alemanes. 3) el caso Grass parece guardar una cierta simetría con el caso Waldheim. Mientras que éste ocultó encontrarse en los Balcanes y Salónica cuando la Wehrmacht, el ejército en teoría inocente, perpetró atroces matanzas, Grass, por su parte, ocultó haber pertenecido a la organización declarada culpable cuando ésta ya sólo estaba en condiciones de reclutar criaturas para intentar una resistencia numantina. Tanto en un caso como en el otro, la responsabilidad personal, la que deriva de los actos efectivamente realizados, fue limitada: según estableció una comisión oficial de historiadores austriacos, Waldheim pudo tener conocimiento de lo que estaba sucediendo, pero no se encontró prueba ninguna sobre su participación en los crímenes. En cuanto a Grass, el adolescente que lució la doble runa en sus solapas fue hecho prisionero apenas unas semanas más tarde de estrenar el uniforme, sin que, por fortuna, llegase a perpetrar ninguno de los desafueros que formaban parte del perverso ideario de la organización. Así lo entendió el mando Aliado cuando lo dejó en libertad, juzgándole con menos severidad que sus censores actuales. 4) La ausencia de graves responsabilidades personales en el caso de Waldheim y Grass, como también en el de Von Karajan y Ratzinger, debería contribuir a calibrar el verdadero alcance y el verdadero fundamento de los escándalos en los que estas figuras eminentes se han visto envueltas. 5) el culpable no fue único ni estuvo solo, sino que contó con entusiastas partidarios en un buen número de países europeos, incluso instalados en el gobierno, como fue el caso de Francia, Italia o España, donde los extravíos de juventud son tratados hoy, y precisamente por quienes más se ensañan con Grass, con un rasero cuando menos distinto. 6) Si quienes hemos tenido la suerte de vivir en un mundo que, hasta ahora, no nos ha obligado a realizar opciones trágicas tenemos la osadía de juzgar comportamientos ajenos en el pasado, de ganar guerras que ya fueron ganadas, deberíamos al menos ser conscientes de que nada nos garantiza que nosotros hubiéramos adoptado entonces la postura noble y no la indigna. De Sophie Scholl y tantos otros resistentes alemanes al nazismo hay, sin duda, mucho que aprender; pero tanto como de Grass, Waldheim, Von Karajan o Ratzinger, jóvenes fatalmente equivocados y no criminales, que intentaron extraer, cada cual a su modo, cada cual en íntimo combate con sus fantasmas y su vergüenza, como penitentes vitalicios, las amargas lecciones de su error.

Creo que hay algo que Ridao no dice. Personalmente considero que cualquiera puede sufrir a lo largo de su vida un cambio ideológico, político, religioso, etcétera. Todos somos “hijos de nuestro tiempo” y no parece deseable juzgar a los otros con criterios desfasados del momento histórico. Vale que, como dice Ridao, podemos aprender de todos, de Grass, de Ratzinger o de Scholl. Lo que no es tolerable, y ahí reside la diferencia que señalaba al principio entre los casos de Grass y Ratzinger es la deshonestidad de negar o mentir sobre nuestro pasado ideológico, político o religioso.

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