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06 febrero 2008

¡Que no se entere la servidumbre!

[Publicado en DISEMDI, Sección Cultura, Juan Carlos Paredes, 5/02/08]
Siempre me ha parecido muy efectiva una cita aportada por el profesor Gustavo Bueno en relación con las reacciones que, en una sociedad como la europea del siglo XIX, pudieron tener algunos grupos frente a las novedosas teorías sobre la evolución de las especies (Darwin, Wallace, Huxley…).

Esta cita, recogida también por Pfeiffer, se refiere a aquellas damas de la Inglaterra victoriana que, tras escuchar una docta exposición sobre las nuevas doctrinas, exclamaban: “será verdad que descendemos del mono, pero, por lo menos, que no se entere la servidumbre”.

Esta anécdota la ha empleado Bueno en multitud de artículos y conferencias, especialmente para ilustrar el engaño y la falta de rigurosidad histórica de las posiciones del llamado nacionalismo fraccionario (gallego, vasco, catalán, y ahora también andaluz, etcétera). Así, dice Bueno al referirse a las lenguas: “se critica que el español fue la lengua del imperio, pero por eso se enriqueció como lengua. Parece como si se quisiera ocultar que hubo un imperio español…”, o, al menos, pensarán los nacionalistas, que no se entere la servidumbre.

Recientemente he podido leer en el último ensayo del antropólogo David Lewis-Williams, La mente en la Caverna, Akal, 2005, otra cita similar que no me resisto a incluir aquí por su interés, como dato histórico, al margen de que, como en el caso anterior, esta cita dé bastante juego a la hora de establecer distintas analogías en el presente:

“El conflicto público más famoso tuvo lugar en 1860 en una reunión en Oxford de la British Assotiation. De nuevo, Darwin no estaba presente. Había una gran expectación, ya que era del dominio público que la Iglesia, personificada en el obispo Samuel Wilbeforce, se disponía, como el propio obispo decía, a «aplastar a Darwin». El acontecimiento sobrepasó hasta las expectativas de los bulliciosos estudiantes. En uno de los disparates más infames de la ciencia, Wilbeforce preguntó a Thomas Henry Huxley si descendía de un mono a través de su abuela o de su abuelo.

(…) Cuando le fue planteada esa absurdamente chistosa pregunta, se le oyó murmurar, «el Señor lo ha puesto en mis manos». Cuando se levantó para responder al obispo, Huxley dijo que prefería descender de un mono a hacerlo de un obispo que prostituía los dones de la cultura y la elocuencia al servicio de la falsedad.”

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